El problema que enfrentan los primeros en usar y probar nuevas tecnologías (los early adopters) es que su experiencia de uso posiblemente tenga varios problemas que se descubrirán pasado el tiempo de uso, y que los fabricantes no detectaron o estimaron que sucedería.
Ello significa que se entra en un área gris, donde no sabes cuanto realmente podría costar su reparación. Bien lo saben los primeros dueños de un Prius, por ejemplo, que años después asumieron que el costo del cambio de batería sería mayor al de vender el auto completo usado. Pero nada se asemeja a lo vivido por el dueño de esta Hyundai Tucson.
Si bien la Tucson es un modelo archiconocido y muy popular, su versión a hidrógeno no es tan así. La ix35 FCEV comercializada en algunos lugares de Europa cuenta con celdas de hidrógeno, y es uno de los pocos vehículos de ese tipo, por ende hay pocos lugares donde las puedan reparar, todos servicios oficiales de marca por supuesto. Pero a pesar de eso, el empresario alemán dueño de este vehículo jamás imaginó que una falla costaría la ridícula suma de USD$114.000, para un auto fabricado el año 2016.
La falla es en la celda de combustible, el corazón del vehículo que apenas tiene 84.000 kilómetros. Esto claramente no tiene «repuesto alternativo», y tampoco hay mucho repuesto original ya que el vehículo fue una edición limitada, casi como para probar tecnología en condiciones de uso real. La sola celda de hidrógeno cuesta USD$93.000, sin considerar que el vehículo costó USD$55.000 cuando nuevo.
Gracias a esto, Hyundai podrá seguir testeando el comportamiento de estos modelos en un escenario que ni siquiera ellos se imaginaron: una desarmaduria.
