Toyota Cressida 2.4 GL 4AT 1992: Lujo en su máxima expresión

por Equipo Rutamotor

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Desde un buen tiempo que veníamos escudriñando en pos de hallar un ejemplar en buen estado. El lujoso sedán japonés que esta semana les presentamos, supuso un reto para nuestro radar de clásicos sobre ruedas. Sin embargo, dimos con un estupendo Toyota Cressida 2.4 GL de 1992, con poco más de 164 mil kms. recorridos a lo largo de casi un cuarto de siglo de vida.

Toyota a fines de la década de los ochenta e inicios de los noventa, se embarcó en un ambicioso plan de renovación de todo su portafolio de modelos, partiendo desde el compacto Corolla Tercel, Corolla, Corona, Célica, Hilux, Hiace y su buque insignia Cressida, que se comercializó escasamente en Chile. La gama de colores se limitaba al gris plata metalizado, café metalizado, beige metalizado, burdeo metalizado y blanco. Cabe hacer la salvedad, que Toyota Chile comercializó entre 1986-87 a 1989 el pequeño Starlet 1.0 XL, modelo que retornaría a Chile en 1996.

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CRESSIDA: UN NOMBRE DE PRESTIGIO

Recurrimos a nuestros archivos para hacer un breve recuento acerca de la historia de este sedán que en Chile llegamos a conocer en cuatro generaciones, entre 1976 a 1992. El Cressida era el nombre que Toyota le dio a su modelo Mark II.

La primera generación la conocimos en Chile en versiones sedán de cuatro puertas y station wagon, ambas propulsadas por un motor de 2 litros y caja manuales de cuatro marchas. Se reconocía por su frontal que buscaba emular un estilo británico. En algunos mercados se llegó incluso a ofrecer con un motor de seis cilindros. Fue una alternativa al Nissan Laurel/Máxima. Estuvo vigente ente 1976 y 1979, época en la que Toyota llegaba a Chile de la mano del extinto importador MACO I.C.S.A.
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La segunda generación, conocida internamente bajo el código MX-63, la tuvimos en Chile entre 1980 a 1985. Los modelos 83 a 85 presentaron un sutil facelift, que afectó principalmente sus ópticos delanteros, parachoques y máscara, además de adicionar frenos de discos en las cuatro ruedas. Sólo conocimos la variante berlina en dos niveles de equipamiento: DX y GL. Ambos eran propulsados por el notable motor 21R de 2 litros y 99PS, acoplado a cajas manuales de 4 o 5 marchas o una automática de 3 velocidades, reservada sólo para el GL.

A contar de 1985/86 conocimos la tercera entrega del modelo, que destacaba por sus líneas rectas y angulosas, además del empleo ventanillas con contornos muy delgados. Se ofreció en el formato sedán 2.4 GL y un escasísimo station wagon 2.4 XL, que tenía la particularidad de tener dos limpiaparabrisas traseros. Su motor fue el 22R con 59kw de potencia, asociado a una caja automática de 4 marchas (GL) o manual de 5 marchas.
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La cuarta generación del Cressida fue lanzada en 1988 como modelo de 1989, bajo el código de proyecto MX 83. La versión cuyas fotos ilustran esta nota corresponde a un ejemplar adquirido en diciembre de 1991. Recordemos que esta generación recibió un somero «facelift» que afectó a su máscara y el cambio del logo «Toyota» por el logo vigente hasta hoy: un círculo que simboliza el mundo con la «T» sobre él. También cambió el diseño de las llantas de aleación.

DISEÑADO PARA LOS QUE APRECIAN EL LUJO

A nivel global, esta generación se comercializó en tres niveles de equipamientos: GLX, GL y XL, en tipologías sedán y station. Esta última no la conocimos en Chile. La gama de motores iba desde un motor con inyección electrónica de 1.988c.c. con 6 cilindros en línea y 24 válvulas Twin Cam que desarrollaba 96 kw de potencia. Le seguía el que conocimos por estos lares: el clásico 22R de 2.366 c.c. con cuatro cilindros en línea dispuesto longitudinalmente. Entrega una potencia de 80 kw a 4.800 vueltas, mientras que su par es de 186 Nm a 3.200 revoluciones, asociado a una suave y eficiente caja automática de 4 marchas. Su rendimiento era escaso: del orden de los 5 km/l en ciudad, llegando a los 10 km/l en carretera. En otros mercados se ofreció un diesel de 2.4 litros. Nos gustó y sorprendió gratamente que contase con soportes del capó a gas y lamina antiflama en el capó.

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Analizando sus líneas, podemos señalar con toda propiedad, que el Cressida luce clásico y refinado a la vez, comenzando por su generosos faros rectangulares decorados con sutiles listones cromados y seccionados en dos piezas (principales luces bajas y altas) y esquinas luces de posición y repetidores laterales de los intermitentes. Ambos ópticos flanqueaban una máscara cromada de cuatro lamas con el logo del fabricante al centro. Su extenso capó presenta dos nervaduras que recorren de punta a punta hasta unirse con los extremos de la parrilla.

El parachoques del color de la carrocería, era guarnecido por una franja plástica con un listón cromado que envolvía todo su contorno. Más abajo encontramos los intermitentes principales junto con una toma de aire adicional seccionada en dos por el escaso espacio dejado para el portaplacapatente.

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Lateralmente, vemos que su perfil iba en directa consonancia con el visto en otros sedanes de la marca de esos años, como Corolla y Corona, con un parabrisas generoso que se eleva suave y elegantemente de manera suave y redondeada. Lo mismo acontece en la caída hacia el maletero. Encontramos que era adecuada la proporción entre superficie vidriada y aquella de acero, con contornos de puertas negros, envueltos, al igual que las ventanas por listones cromados. Las manillas de las puertas son cromadas. Los espejos laterales son de color negro y pueden ser plegados de manera manual (otra particularidad que lo destacaba del resto de la gama de Toyota de esa época), obviamente con regulación eléctrica desde el interior.

Los vidrios del Cressida de esa generación tenía la especial característica de estar levemente tinteados en un color café, lo que le daba más abolengo a su clásica silueta. A la mitad de las puertas contaba con paddings laterales del mismo estilo de los presentes en su parachoques. Otro detalle es que el zócalo iba pintado negro, para protegerlo de manera adicional contra rayones y daños ocasionados por la corrosión. Obviamente contaba con cuatro guardafangos de color negro. Los pasos de ruedas resultan ser proporcionados, alojando en ellos neumáticos de fábrica Brigestone Potenza de medida 185/70 HR14 con llantas de aleación, que a simple vista parecen simples tapas de ruedas con un diseño un tanto más sofisticado.
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La parte trasera del Cressida, destaca por su generoso vidrio posteior, con aireadores de cabina en sus esquinas. Desde fuera el portaequipajes aparenta ser amplio, pero una vez que lo abrimos, no contaba con apertura a nivel del parachoques, como sí acontecía con el Corolla de esos años. Además el espacio disponible se veía seriamente reducido con la presencia del espacio del neumático de refacción al costado izquierdo. Totalmente alfombrado e iluminado. Las luces traseras seguían el estilo de las delanteras en su forma, con luces combinadas que realzan su estilo distinguido. El modelo fotografiado, sin embargo no contaba con las letras «Toyota Cressida» cromadas del costado derecho de la tapa del portamaletas, pero si con el emblema toyota dorado al centro y la sigla GL del lado izquierdo. Al costado derecho se ubica una antena de accionamiento eléctrico.

Las dimensiones del Cressida, que por esos años competía con Mazda 929 y Nissan Laurel/Laurel Altima y Máxima, eran de respetables 4.690 mm de largo; 1.695 mm de ancho y 1.415 mm de alto. Su batalla alcanzaba los 2.680 mm. Su despeje era generoso: 165mm. Su peso neto era de 1.310 kilos.

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UN INTERIOR SUNTUOSO

Pero lo más interesante se da al abrir la puerta del conductor, donde inmediatamente nos damos cuenta que no estamos en presencia de un Toyota cualquiera: la presencia del tapizado de felpa es abismante en los asientos y revestimientos interNos de las puertas, de color café claro en la versión que ilustra esta crónica. Los asientos son bastante mullidos y se ajustan perfectamente a nuestro cuerpo. Los delanteros eran regulables longitudinalmente, reclinables y en altura. La sensación de control es total, por cuanto todos los mandos están al alcance de la mano y son fácilmente reconocibles. El volante es de cuatro rayos con una palanca adicional, un tanto incómoda en su ubicación para regular la altura (personalmente prefiero la que tiene el Corolla de ese año). El comando para regular los espejos es una perilla situada al costado izquierdo del tablero, bajo el aireador. En esa misma zona está el regulador de intensidad de luz del tablero o reóstato.

El cuadro de instrumentos es simple y fácil de leer: temperatura de refrigerante del motor, tacómetro, indicador de la palanca selectora de cambios, velocímetro y nivel de combustible. Los testigos principales están en la zona baja. En la consola encontramos un reloj digital, a cuyo costado se ubicaban dos rejillas aireadoras. En otros mercados bajo lo anterior, las versiones GLX disponían de mandos elementales satélites del sistema de audio. En Chile, los Cressida GL cuentan con un reducido espacio portobjetos con tapa y el interuptor de los «Hazard».

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Inmediatamente debajo encontramos los comandos del sistema de climatización con cuatro palancas e interruptor de accionamiento del sistema de aire acondicionado manual. Desconozco que radio traía de fábrica o instalada «After Market», pero sospecho que pudo ser una Kenwood. (Este ejemplar tiene una Pioneer desmontable.). Luego encontramos el cenicero y el consabido encendedor.

Entre ambos asientos delanteros se ubicaba un apoyabrazos con tapa, que da pie a una amplia caja con dos niveles: el primero desmontable plástico y otro más profundo, que podía emplearse para depositar las cintas o cassettes con las selecciones musicales favoritas de su dueño. El sistema de sonido dispone de cuatro altavoces (que en otros mercados aumentaba a seis.)

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Atrás, también disponia de cómodas plazas (para esos años) con dos apoyacabezas integrados y un útil apoyabrazos traseros. El respaldo era fijo y no disponía de cinturones de seguridad para los ocupantes de estos asientos.

El motor 22R, descrito en detalle al inicio de esta crónica representaba la tecnología superlativa de Toyota, destinada a otorgar un alto rendimiento, suavidad de marcha y fiabilidad a toda prueba. Su combinación de un casco rígido y suspensión delantera McPherson y de horquillas oscilantes trasera, daba como resultado una estabilidad máxima para manejar con completa seguridad, gracias a sus eficientes frenos delanteros de discos, que ofrecen una gran resistencia a los cambios de intensidad. Su precio a diciembre de 1991 era de $9.890.000.

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